por el Arzobispo Metropolitano Iosif de Buenos Aires
Hoy, 11 de Junio, la Iglesia Ortodoxa festeja la memoria de los santos apóstoles Bartolomé y Bernabé. Asimismo celebramos el onomástico de S.D.S el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. La posición de Patriarca Ecuménico es una institución indiscutible en la Ortodoxía, cuya importancia es insoslayable por el rol que cumple en la mancomunidad jerárquica. Y la institución se potencia cuando la posición es ocupada por una persona cuya estatura eclesiástica puede dilatarse hasta los límites todos de la institución-función que encarna.
Este es el caso actual. Preexiste la institución –el alto oficio- y la misma se ve “complementada” por la persona. Lejos de hacer un panegírico adulatorio de bajo vuelo –no le sirve ni al Patriarca ni a mí- la reflexión de hoy quiere ser un testimonio objetivo sobre la persona del Patriarca, sobre todo para nuestros fieles en Sudamérica que no han tenido la oportunidad de conocer al personaje que hoy “festejamos”. ¿De qué sirve? Creo que es una oportunidad magnífica para comprender cuál es la institución a la cual pertenecemos jurisdiccional y espiritualmente y, luego, para profundizar sobre el funcionamiento de la Iglesia Ortodoxa en su conjunto.
El alto oficio del Patriarca Ecuménico está consolidado por siglos de historia y por la Tradición de la Iglesia. Eso es incontestable. Este oficio es la garantía de la coordinación, cooperación y la reciprocidad entre todas las Iglesias Ortodoxas locales. Es una institución-posición que está al servicio de la Ortodoxía por la extensión de sus capacidades y responsabilidades que trascienden aquellas como primado de una iglesia local. El “primus” del arzobispo de Constantinopla debe ser interpretado en virtud de su oficio único ante las demás iglesias: primado del amor, del servicio, de la asistencia, de la mediación, de la facilitación, de la armonía entre todas las instituciones locales que forman la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Esto, entendiendo el concepto de jerarquía eclesiástica como derivado del orden divino-humano que rige a toda la creación: precede el eros divino, sigue la respuesta del creado a ese impulso que se materializa en el orden sacro que configura y relaciona a todas las creaturas entre sí, con el cosmos todo y, claro está, con la divinidad.
La persona del Patriarca Bartolomé, como antes dije, ha redimensionado el oficio del Patriarca Ecuménico, ya que lo ha ejercido aquí y ahora con una conciencia plena de su significancia y alcance. Esa re-dimensión supone una re-significación del oficio-institución en el siglo XXI con todos desafíos que eso conlleva. Este proceso no ha sido ciertamente fácil durante los años del Patriarcado de Bartolomé. No podía ser de otra manera. El redimensionamiento del oficio-institución implica tener una conciencia profunda del mismo, así como una visión certera de cómo y hasta dónde extenderlo en los tiempos modernos. Bartolomé de Constantinopla ha demostrado poseer esta doble conciencia. Es por ello que muchas de sus políticas y sus acciones son consideradas como innovadoras y otras como controvertidas. Necesariamente. No había –no hay- otro camino. El ascenso de Bartolomé al trono supuso una aceleración inmediata de mecanismos que habían quedado por mucho tiempo en desuso y que quizás su predecesor Atenágoras el Grande habría ya insinuado en su Patriarcado. Bartolomé abre una nueva página en la historia, no sólo del Patriarcado Ecuménico, sino de la Ortodoxía en su totalidad. Y esto también es innegable.
Ya sea por su postura siempre innovadora, ya sea por sus decisiones muchas veces caracterizadas como controvertidas, el Patriarcado de Bartolomé debe considerarse como la “apertura” final de la Ortodoxía toda a la Ecúmene. Su postura, su posicionamiento ante el mundo de una u otra manera invitó a los demás jefes de las Iglesias Ortodoxas también a “salir” de sus ámbitos locales y a relacionarse con un mundo complejo dando testimonio de los tesoros de la Ortodoxía.
Bartolomé es un hombre de su época y, como tal, la ha asumido en todas sus circunstancias y dimensiones. Ha sabido cómo amalgamar el contenido de la “Traditio” y contextualizarlo aquí y ahora. Esta capacidad extendida en un multifacético espectro eclesiástico como es la jurisdicción universal del Patriarcado Ecuménico ha producido la paulatina reverberación de una política única, es decir del redimensionamiento del bagaje tradicional de siglos en una actualidad que en los mismos ritmos lo ha sabido asimilar, simplemente porque lo necesitaba.
La era Bartolomé significa apertura y conservación; innovación y fidelidad; iniciativa y salvaguardia; en otros términos es una paradoja que siempre nos sorprende y nos pone en “alerta” para estar a la altura de las situaciones que Bartolomé “provoca”, siempre coherente con su responsabilidad como Primero de la Ortodoxía. Sí, Bartolomé “provoca” porque siempre está viendo más allá de su época; siempre está a la vanguardia de una realidad que asimila mientras siente la continua necesidad de inyectarle una dosis de Ortodoxía.
Su notoriedad internacional es el resultado de esta actitud proactiva y sin prejuicios, ni recelos, ante una sociedad global a la cual quiere adherirse como encarnación viva de la Tradición milenaria de la Ortodoxía. Es por ello que Bartolomé es sinónimo de testimonio. Y su testimonio no es una intervención extemporánea –una distopía religiosa- en una sociedad cuyos parámetros espirituales, institucionales, culturales, económicos, están en continua mutación: su testimonio se identifica con una voluntad abierta y comprometida a dar respuesta a todos estos procesos –muchas veces dolorosos en cuanto injustos- desde otra latitud espiritual. Bartolomé, centrado en la Tradición más legítima –y por ello más abierta e innovadora de la Ortodoxía– interviene, opera, colabora, se compromete con la realidad cotidiana de todo el globo para hacer saber a todos y todas que la Ortodoxía tiene algo que decir, tiene algo que contribuir, sin prejuicios de ningún tipo.
Tener a Bartolomé como Patriarca es un desafío. Es a la misma vez un honor. Nosotros, sus soldados, respondemos al “desafío” con fidelidad y entrega.
La historia –estoy convencido- le dará la dimensión de la cual hoy algunos han perdido la perspectiva. Nosotros, los que lo conocemos y lo amamos inocentemente; los que lo hemos vivido, sabemos que esa perspectiva es única y seguramente -desde ya- lo incluye en el coro de los grandes de la Ortodoxía Universal.
¡Sean cuantiosos y gloriosos los años de su Patriarcado!