• En marzo 14, 2024

Venerable San Benedicto (Benito) de Nursia

Breve historia
Nuestro Santo Padre Benito nació alrededor del año 480 en Nursia, un pequeño pueblo montañés del noreste de Roma, en el seno de una familia cristiana devota y rica que lo envió a Roma para su educación. Habiendo adquirido desde su niñez una sabiduría de adulto, estaba deseoso de agradar solo a Dios, despreciado los placeres del mundo y sus vanas promesas para buscar el Santo Hábito monástico.
Cuando se detuvo en el pueblo de Emfide (ahora Efide) en las colinas Simbrunian, su niñera, que lo había cuidado con la devoción de una madre, tomó prestado un tamiz de barro para secar el grano antes de hacer el pan, pero el tamiz cayó al suelo y se rompió. Al ver la desazón de su nodriza, el niño comenzó a orar de rodillas y a derramar lágrimas; cuando se incorporó, el objeto volvió a estar intacto. Asombrados ante el milagro, los habitantes colgaron la criba en la puerta de la iglesia. Pero temeroso de verse privado de la gracia divina por los vacíos elogios de los hombres, Benito huyó en secreto a Subiaco, en las colinas de Abruzo, estableciéndose en una cueva situada a unos setecientos metros de altura, donde vivió ignorado por los hombres a excepción de un monje cenobita, Romano, quien lo revistió con el Hábito monástico y secretamente le llevaba parte de sus provisiones.
Después de tres años, Dios, que no quería que su virtud permaneciese oculta, le reveló a un sacerdote el escondite de su siervo quien, el día de Pascua, fue a llevarle comida. Benito, quien había perdido la noción del tiempo, lo saludó con estas palabras: “¡Soy consciente de que debe ser Semana Santa, ya que tengo el honor de su visita!” Poco después también lo encontraron unos pastores y muy pronto era visitado por un gran número de personas que acudían para recibir una palabra de salvación.
Un día, mientras el Santo oraba a solas, se le apareció el demonio en forma de un mirlo y, asaltado por el feroz fuego de la tentación carnal, casi decide abandonar su soledad pero, impulsado por la gracia, se arrojó desnudo en un matorral de ortigas y zarzas espinosas y, por medio del dolor, logró una victoria definitiva sobre la concupiscencia. Recibiendo, por la gracia de Dios, la impasibilidad de la carne, logró como hombre maduro, convertirse, a partir de ese momento, en guía para los demás en la virtud.
Al morir el superior del monasterio vecino de Vicovaro, los monjes acudieron a Benito, para pedirle con insistencia que se hiciese cargo de su dirección. Pero apenas trató de imponer una estricta disciplina evangélica, que se oponía a su conducta desviada, comenzaron a murmurar contra él, e incluso llegaron al extremo de tratar de envenenarlo. Pero apenas el hombre de Dios hizo la señal de la cruz sobre la poción mortal que le dieron, el vaso se partió. Con semblante sereno y paz en su alma, totalmente libre de odio hacia sus enemigos, dejó a los monjes incorregibles y regresó al desierto, a vivir en soledad, manteniendo una vigilancia constante sobre su corazón en presencia de su Creador, sin que los ojos de su alma volviesen su mirada hacia el exterior. Creciendo constantemente en las virtudes y en la contemplación, atrajo a muchos discípulos, y dos romanos de la nobleza llegaron para confiarle sus almas: Mauro (15 ene.) y su hijo Plácido. Los organizó en doce monasterios, repartidos por toda el área, cada uno con doce monjes, a la cabeza de los cuales había un superior que era responsable ante el hombre de Dios por todo lo concerniente a la vida común y el crecimiento espiritual de cada monje. Benito fue, para todos ellos, tanto un padre espiritual como un modelo de vida de la perfecta observancia monástica. Atendía todas sus necesidades materiales con la ayuda de la gracia divina y, discerniendo los pensamientos secretos de sus corazones, no dudaba, con amor paternal, corregirlos, a veces incluso con castigo corporal, para alejarlos de sus malos hábitos.
No obstante sus virtudes y los milagros realizados, el santo debió superar nuevas pruebas. Un sacerdote llamado Florencio, consumido por los celos hacia él, y por sugerencia del diablo, se dedicó a difundir todo tipo de calumnias con la intención de alejar a los que iban a visitarlo, e incluso un día le envió pan envenenado. Al recibir este funesto presente, Benito le ordenó a un cuervo que solía venir a comer las migajas de su mano, que lo arrojara donde nadie pudiera encontrarlo. El indigno sacerdote no estaba dispuesto a dejar de tenderle trampas al Santo y, al no lograr afectar al propio Benito, intentó hacer caer a sus discípulos enviando a siete jóvenes para que bailaran desnudas delante de ellos en el jardín del monasterio. Temerosos de convertirse en motivo de caída de sus hermanos, Benito decidió oponerse al maligno y, habiendo dado sus últimos consejos a los superiores de los monasterios, partió de Subiaco a la cabeza de un pequeño grupo de discípulos alrededor de 529. Cuando se enteró, poco tiempo después, de la muerte accidental de Florencio, el hombre de Dios lo lloró sinceramente, reprendiendo severamente a uno de sus discípulos que estaba mostrando alegría.
Se dirigió a Monte Casino, una elevada montaña situada a mitad de camino entre Roma y Nápoles, a la parte superior en la que había un templo antiguamente dedicado al culto de Apolo. El Santo comenzó a destruir el ídolo y el altar para transformar el templo en una iglesia dedicada a San Martín de Tours (11 nov.). Desmontó el bosque en el que los habitantes del lugar seguían practicando la idolatría y logró su conversión mediante su enseñanza apostólica. Lleno de resentimiento y maldiciendo a Benito, Satanás trató de ponerles trampas a los monjes en el monasterio, pero el poder de Dios lo hizo huir.
El rey de los ostrogodos, Totila, que sediento de sangre, estaba por entonces haciendo estragos en Italia, quiso poner a prueba el espíritu profético del Santo. Entonces envió a su escudero ataviado con todos sus atuendos reales, pero apenas el hombre de Dios lo vio llegar tan magníficamente vestido, gritó: “¡Aléjate, hijo mío, porque no te conviene ocupar un lugar que no te corresponde!” Entonces acudió personalmente y se postró a los pies del santo, quien lo hizo levantar, reprochándole sus acciones y prediciéndole que por su maldad, iba a encontrar la muerte en Roma después de reinar durante diez años. Esta predicción se cumplió exactamente en el año 556.
En otra ocasión, se le apareció en sueños al superior que había designado para un monasterio en Terracine, y le mostró como debían estar dispuestos los conventos que iba a construir.
En un momento de gran carencia, por su oración, el monasterio produjo abundancia de trigo y aceite, permitiendo así a sus monjes ocuparse sin ansiedad de la obra de Dios, la que debía tener preferencia sobre todo lo demás. Él organizó el culto divino de una manera equilibrada para que fuese accesible a todos, basándose en la tradición de los Padres Orientales y de la práctica Romana de su tiempo. En constante unión con Dios a través de la oración, no descuidó sin embargo el trabajo manual de sus monjes. Un día, al regresar de los campos, vio a las puertas del monasterio el cuerpo inerte de un niño al que su padre había llevado hasta allí. Conmovido por la compasión, Benito le imploró al Señor en el nombre de la fe de su padre que lloraba, y el niño fue devuelto a la vida. Las palabras del Santo poseían una fuerza divina, teniendo el poder de atar o desatar las almas de los difuntos.
Durante este tiempo de guerras e invasiones, predijo que la caída de Roma, hasta hace poco tiempo la capital del mundo, ocurriría luego de la destrucción de Monte Casino por los Lombardos (583). Fue, posiblemente, teniendo en cuenta esta profecía que, en sus últimos días, escribió su Regla, un documento maravilloso, lleno de discernimiento espiritual y una sobriedad absolutamente Latina, que realmente llegó a ser un modelo para los monjes de Occidente. Basándose en los escritos de los Santos Padres: Pacomio, Basilio y Casiano, y las instituciones monásticas que había adoptado en su propio monasterio, él propuso los principios y leyes que rigen el funcionamiento de un monasterio cenobítico.
Para San Benito, el monasterio es una imagen de la Iglesia, y una escuela para el servicio del Señor bajo la dirección del abad y por medio de la santa obediencia a los mandamientos evangélicos. Es allí, perseverando hasta la muerte y participando, mediante la paciencia, en la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, que los monjes son capaces de progresar de virtud en virtud para alcanzar el Reino eterno. Si, al principio, ejercen violencia sobre la terca naturaleza, su corazón, a medida que se libera de su egoísmo, se expande, y serán capaces de recorrer el camino de los mandamientos de Dios, con sus corazones rebosantes de inefable deleite de amor.
Al igual que un obispo en su Iglesia, el abad ocupa en el monasterio el lugar de Cristo, y es responsable ante Dios por la obediencia de sus discípulos, los cuales debían dedicar toda su atención a sus instrucciones, sin dudar en sus palabras, sino tomándolo como ejemplo de su propia vida. Un padre espiritual llena de amor, pero también debe mantener el equilibrio entre la gentileza y correcto un nivel de gravedad y, si tiene total autoridad en el campo espiritual, debe actuar con prudencia en todo lo que se refiere a la vida material de la comunidad y saber distribuir las responsabilidades de las diferentes “tareas”. Después de haber establecido los instrumentos de las buenas obras, las virtudes monásticas y los grados de humildad que nos dan acceso a la caridad, es decir, a la unión con Dios, San Benito definió la forma en que debían ser celebrados los Oficios Divinos diurnos y nocturnos, especificando que uno debe estar en la presencia de Dios y sus ángeles, recitando la salmodia de modo tal que haya concordancia entre nuestras mentes y voces. A continuación, examina todos los aspectos de la vida comunitaria, señalando infaliblemente todo lo que podía ser causa de caída en pecado o de negligencia en los deberes sagrados de los monjes: comidas, sueño, ropa, trabajo doméstico, trabajo manual, la ausencia del monasterio, la recepción de invitados y las relaciones de los hermanos entre sí y con los extraños. Nada escapó a su solicitud pastoral, y especificó en pocas palabras lo que es apropiado hacer para que todo se haga decentemente y en orden (1 Cor. 14:40).
Finalmente, después de haber recordado humildemente que esta Regla fue pensada sólo como un marco de trabajo y el comienzo de la vida espiritual, se refirió a aquellos que desean entregarse a la contemplación para alcanzar a la patria celestial bajo la enseñanza de los Santos Padres. Tiempo después de su maravilloso encuentro final con su hermana, Santa Escolástica (10 feb.) y de su muerte, mientras él estaba de pie junto a la ventana orando, vio de repente una luz destellante entre las nubes y, en el centro de esta luz, contempló a todo el mundo como si estuviese reunido bajo un único rayo de sol. Elevado del mundo y en éxtasis por su unión con el Creador, Benito pudo contemplar toda la creación, todo bajo Dios, en la luz divina que brotaba de su corazón. Habiendo llegado a los confines de la vida futura, vio entonces en medio de esta luz el alma de Germán, Obispo de Capua, volando hacia el cielo. A partir de entonces, San Benito pertenecía más al cielo que a la tierra y, después de haber anunciado el día de su muerte, ordenó que sus discípulos abrieran la tumba en la que tiempo atrás habían colocaron el cuerpo de su hermana y luego cayó víctima de una violenta fiebre. Llevado a la capilla, recibió la Sagrada Comunión, y luego, de pie, elevó sus manos al cielo y exhaló un último suspiro mientras murmuraba al mundo su oración final (560). El mismo día, ambos hermanos vieron un camino sobre el que se extendía una rica alfombra, e iluminado por innumerables antorchas, que subía al cielo desde su monasterio, y a un anciano en la parte superior que les revelaba que por ese camino los Santos subían a la patria celestial. Abundantes milagros tuvieron lugar posteriormente alrededor de las reliquias de San Benito. Después de la destrucción del monasterio por los lombardos, las reliquias fueron olvidadas hasta que unos monjes del monasterio de Fleury-sur-Loire se las llevaron a principios del siglo VIII a su monasterio, que ahora se llama Saint-Benoît- sur-Loire, donde actualmente pueden ser veneradas.
Por las oraciones del Venerable San Benito, Señor Jesucristo Dios nuestro, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén.

Apolitíkion – Modo 1
Por tus luchas ascéticas has demostrado ser fiel a tu nombre, oh Benedicto Revestido de Dios; porque fuiste hijo de bendición, y te deviniste en modelo y regla para todos aquellos que imitan tu vida y exclaman: “Gloria a Quien te ha fortalecido; gloria a Quien te ha coronado; gloria a Quien que, por tu medio, obra las curaciones para todos».

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