Análoga a la apertura y aceptación del Maestro es la devoción, la disposición y, por fin, la consagración de las miradoras. En los eventos más críticos del drama mesiánico, solo éstas acompañan al Maestro. La pasión de Cristo –descrita luego por los evangelistas- fue presenciada y vivida solo por los personajes que la Iglesia hoy conmemora: los demás están ausentes. De esta manera, la pasión de Jesús –así como su resurrección- está teñida inevitablemente del halo femenino.