La palabra griega “Triódion” designa el libro de oraciones que nuestra Iglesia utiliza durante este tiempo. Esta palabra significa “Lo de los tres poemas”, y refleja la estructura litúrgica particular de los maitines de los días de la semana, himnos estructurados morfológicamente como tres poemas. Varios centros eclesiásticos contribuyeron con la síntesis de este libro, como Palestina, Antioquía y Constantinopla. De nuestro patriarcado, participaron San Juan Damasceno y su hermano adoptivo Cosme, además de San Andrés obispo de Creta, nacido en Damasco. Mencionamos también a Teodoro y José del monasterio de Studíon de Constantinopla quienes realizaron al respecto un aporte muy importante.
El período del Triódion se divide en tres partes: un período de preparación, la gran cuaresma y la Semana Santa. El período de preparación está constituido por cuatro domingos: el del publicano y del fariseo, el del hijo pródigo, el del juicio, y el del perdón. Sigue la gran cuaresma, un período de cuarenta días que culmina el viernes que precede el Sábado de Lázaro. El Sábado de Lázaro y el Domingo de Ramos forman un nexo de alegría entre la gran cuaresma y la Semana Santa.
El tono de arrepentimiento es la característica primordial de los himnos en los maitines del Triódion. Es la expresión, o mejor dicho, el grito del alma implorando reingresar a la casa paterna. Así nos dirigimos al Señor: “¡Ábreme las puertas del arrepentimiento, Dador de la vida! Porque, de madrugada, mi alma se apresura a ir hacia el templo de Tu santidad, acercándose con el templo de mi cuerpo, enteramente profanado. Pero, como eres compasivo, purifícame por la compasión de Tus clemencias”. Y también pedimos el socorro de la Madre de Dios: “¡Facilítame los caminos de la salvación, Madre de Dios! Ya que he profanado mi alma con pecados horrendos y he consumido toda mi vida con la pereza. Pero, por tus intercesiones, purifícame de toda impureza”.
Las cuatro estaciones preparativas a la gran cuaresma tienen una temática espiritual muy interesante. Así, se pone énfasis en el domingo del publicano y del fariseo acerca de la humildad; en el domingo del hijo pródigo sobre el arrepentimiento; en el domingo del juicio sobre el ejercicio de la caridad; y finalmente, en el domingo del perdón acerca de la reconciliación previa al ayuno.
Éstas son estaciones importantes en vista de la lucha espiritual que cada uno de nosotros va a llevar adelante, de un modo tal como si fuera un general de las fuerzas armadas, teniendo las armas esenciales, así para que nadie caiga por inexperiencia o ignorancia. Porque existe el temor de sentir que el ayuno es sólo una abstinencia de alimentos, o la posibilidad que se manifiesten varias vicisitudes: la arrogancia, como la del fariseo con respecto al publicano; condenar a los que no ayunan como nosotros; la carencia de arrepentimiento del corazón o la falta de corregir su conducta; la indiferencia ante las necesidades de los demás; y, finalmente, guardar la memoria de las ofensas de los demás.
Por ello, se repite en todos los oficios esta oración de San Efrén el Sirio: “Señor y soberano de mi vida, líbrame del espíritu de ociosidad, desaliento, vanagloria y habladuría; Y concédeme a mí, Tu siervo pecador, espíritu de castidad, humildad, paciencia y amor. Sí, Rey mío y Dios mío, concédeme conocer mis faltas y no juzgar a mis hermanos, porque eres bendito, por los siglos de los siglos. Amén”. Esta oración marca las vicisitudes y las virtudes cardinales que nos preocupan en esta lucha para recuperar nuestra salud espiritual. Desde ahí, la directiva es clara: vernos «nada» es vernos «vacíos» de todo; tener el estómago «vacío», es para sentir nuestra pobreza, para que Dios sea la plenitud de todo en nosotros. Ante el horizonte que se abre, y la magnitud del trabajo de preparación para la resurrección del Señor, pongamos nuestra confianza en el auxilio de nuestro Señor. Por ello, nos dirigimos a Él con este refrán más característico del oficio de las Grandes Completas que recitamos en la gran cuaresma, muy querido para nosotros: “¡Señor de las potestades, quédate con nosotros! Porque no tenemos, por auxiliador en las tristezas, otro que a Ti”. Amén.
¡Buen y Bendecido Triódion!
Καλό και Ευλογημένο Τριώδιο!