• En febrero 29, 2024

Venerable San Casiano el Romano

Breve historia

Nuestro Padre Casiano, elegido por Dios para traer la iluminación de la vida monástica oriental a Occidente, nació, providencialmente, en la frontera de dos mundos en Escitia Menor, en la desembocadura del Danubio. Provenía de una familia distinguida y fue muy bien educado en la literatura clásica. Teniendo una gran sed de perfección, se apartó desde su juventud de las atracciones engañosa de la vida mundana. Él y su amigo Germán, su hermano, no por nacimiento sino en espíritu, partieron hacia Tierra Santa y se hicieron monjes en un monasterio de Belén.  Después de haberse iniciado en los principios de la vida cenobítica y habiendo aprendido de la vida que llevaban los monjes de Palestina, Mesopotamia y Capadocia, sintieron en su interior un deseo de mayor perfección, y decidieron buscar a los anacoretas de los desiertos de Egipto. Habían oído hablar de las hazañas de San Pinufio, que huyó de la alabanza de los hombres en su monasterio (27 nov.) Después de algunas dudas por su abad, recibió su bendición, y su promesa de regresar a su debido tiempo. Después de haber admirado la organización de las comunidades cenobíticas del delta del Nilo, Juan y Germán se sumergieron en el desierto. Dondequiera que fuesen, buscaban afanosamente a los santos solitarios para contemplar el esplendor de su gracia y la variedad de sus frutos, indagando profundamente sobre la ciencia del alma. 
Pronto se dieron cuenta que, para asimilar la celestial enseñanza de estos siervos de Dios, sería necesario pasar un tiempo compartiendo su vida. En un dilema a causa de la promesa hecha a su abad, le pidieron su consejo a Abba José, que les dijo, después de una noche de vigilia, que no se preocupen por una promesa dada precipitadamente, y que sería más beneficioso para ellos permanecer en Egipto. Tranquilizados por el Anciano, pasaron siete años en Egipto, investigando profundamente sobre las cosas espirituales. Yendo de un lugar a otro, llegaron hasta el famoso desierto de Escete, fundado por San Macario, “el glorioso desierto, digno de la alabanza de todos los hombres”, cuando encontraron unos monjes que se esforzaban mucho en la ascesis, entre los que estaban los santos Abba Moisés, Serapio, Teonas, Isaac y el sacerdote Pafnucio brillando resplandecientemente.
Se sintieron sumamente edificados, cuando Abba Pafnucio les dijo que no era suficiente para un monje renunciar al mundo físico y a sus bienes para dedicarse al cuidado de su alma en ascesis y silencio, también hay que hacer una segunda renuncia, que consiste en despojarse de los viejos hábitos y pasiones para enfrentar una larga lucha, paciente, llena de trampas, para alcanzar la pureza de corazón. Tal es el objetivo del monje: conversar sin cesar con Dios a través de la oración continua en el intelecto, no distraerse con las preocupaciones del mundo, y procurar paz y tranquilidad en el santuario purificado del corazón. La coronación de su trabajo es la vida eterna, la unión con Dios, de los cuales ya se pueden adquirir los frutos mediante la santa caridad. Después de haber alcanzado el límite de la segunda renuncia con el alma dirigida hacia la única cosa que desea, el monje debe hacer entonces la tercera renuncia, que contiene toda la perfección, y consiste en desterrar toda la memoria del mundo para dejarse llevar por Dios a las mansiones eternas, en un estado de alegría inefable y un torrente de luz divina.
En ese momento, dijo el Anciano, cuando el amor perfecto de Dios entra a nuestro corazón mediante la virtud de la oración pura que no tiene forma ni habla, Dios será todo nuestro amor y todo nuestro deseo, toda nuestra búsqueda, y el alma de todos nuestros esfuerzos, todo nuestro pensamiento, nuestra vida, nuestro discurso e incluso la respiración. La unidad del Padre con el Hijo, y del Hijo con el Padre, desembocan en lo más profundo de nuestra alma, y así como Dios nos ama con un amor verdadero y puro que no muere, se unirán a él por el vínculo indisoluble de la caridad que nunca falla… Esto será, en la medida de lo posible en este mundo, el cumplimiento de la palabra de Dios a los Apóstoles Dios es todo en todos; y siendo plenamente hijos mediante una perfecta comunión con el Padre, podremos decir, como Aquel que es el Hijo y heredero de la naturaleza: Todo lo que es del Padre es mío (Jn. 16:15). Tal es el fin de toda perfección: en la que la mente, liberada de la pesadez de la carne, puede elevarse todos los días a la altura de las realidades espirituales, para que toda su vida y todos los movimientos del corazón se conviertan en una oración única e ininterrumpida.
Aprendiendo por lo tanto sobre las alturas de la experiencia monástica, y contemplando su expresión viva en estos ilustres anacoretas, los dos amigos se dedicaron con gran celo a la vida contemplativa durante sus años en Escete. En el silencio de su celda, San Casiano experimentó por sí mismo la guerra amarga del alma por Dios-amor en contra de los pensamientos apasionados, los demonios envidiosos y especialmente contra la acedia (pereza), con la que los ermitaños son atormentados y tentados para abandonar su retiro. A partir de esa experiencia personal, y de la enseñanza del gran Evagrio, a quien conoció en Nitria, elaboró una precisa doctrina sobre el combate espiritual y las ocho pasiones fundamentales: gula, fornicación, avaricia, ira, tristeza, pereza, vanagloria y orgullo.
Después de siete años, Juan y Germán regresaron a Belén. Su abad les dio permiso para vivir en el desierto, y se apresuraron a regresar a Egipto. Sin embargo, con el Arzobispo Teófilo de Alejandría enardecido contra los monjes sospechados de origenismo, no había la tranquilidad necesaria para la contemplación. La agitación y el miedo eran generalizados. Trescientos monjes huyeron a Nitria, mientras que Juan y Germán siguieron a otro grupo de unos cincuenta, que decidió buscar refugio en Constantinopla a la sombra del gran San Juan Crisóstomo (401).
Tan pronto como el santo Arzobispo puso sus ojos sobre ellos, pudo discernir infaliblemente sobre la calidad de sus almas. Logró persuadir a Germán para recibir el sacerdocio de sus manos, y Casiano el diaconado. Conquistado por la radiante santidad y sublime elocuencia de San Juan Crisóstomo, Casiano se puso con fervor bajo su dirección espiritual, dispuesto a renunciar a la tranquilidad del desierto para beneficiarse de la presencia de su maestro. Pero el vengativo Teófilo poco después contribuyó al exilio de San Juan Crisóstomo y, en 405, Casiano y Germán acompañaron al Obispo Paladio a Roma con una carta del clero y el pueblo dirigida al Papa Inocencio I, apelando a su apoyo para el injustamente depuesto Arzobispo.
San Casiano pasó doce años en Roma y fue elevado allí al sacerdocio. Luego fue a Marsella, donde fundó el monasterio de San Víctor sobre la tumba de un mártir del siglo III, y el monasterio femenino de San Salvador (415). Como un asceta con experiencia y un pastor de las almas más exigentes, adaptó la auténtica tradición de los Padres Orientales para la multitud de monjes que llegaban a sus dos monasterios, teniendo en cuenta las condiciones particulares de la vida en Galia, incluido el clima y el carácter del pueblo. Luego, a petición de San Castor, Obispo de Apt, redactó sus Instituciones Cenobíticas para los monasterios fundados por el obispo de Provenza. Al describir el modo de vida de los monjes de Egipto, lo moderó para que no les resultara tan riguroso a los monjes de Galia, en relación a su experiencia vivida en Palestina, Capadocia y Mesopotamia. “Si uno pone en práctica todo lo posible dentro de lo razonable”, escribió, “la observancia es igualmente perfecta, incluso con medios desiguales.” Describió las ocho pasiones básicas y los recursos con los que cuenta el alma para la perfección de la virtud. Más tarde, completó esta instrucción espiritual con las Conferencias -escritas por los ermitaños de Lérins y las islas de Hieres- en el que exponían las etapas más avanzadas en la lucha por la pureza de corazón y la contemplación, atribuyendo su enseñanza a los grandes anacoretas que había conocido en Egipto. San Casiano siempre alimentó al naciente monacato de Galia con su marco doctrinal, dándole a beber del manantial vivificante de la enseñanza de los Padres del Desierto.
Siendo un fiel discípulo de los grandes doctores capadocianos y de San Juan Crisóstomo, San Juan Casiano resistió la separación excesiva de la naturaleza humana y la gracia postulada por San Agustín, en vista a la lucha contra el pelagianismo. A pesar de que todo don perfecto y toda gracia proviene en última instancia de Dios, el Padre de las luces (Sant. 1:17), la libertad humana, creada a imagen de la libertad absoluta de Dios y renovada por el santo Bautismo, está llamado a responder y cooperar (Sinergia) con la gracia divina para que produzca los frutos de las santas virtudes saludables en el alma. Así, podemos decir con San Juan Crisóstomo: “La obra de Dios es dar la gracia para que el hombre demuestre su fe.”  Los seguidores más extremos de San Agustín reaccionaron enérgicamente contra esta doctrina de los monjes de Provenza, que sólo era la expresión de la enseñanza tradicional de los Padres Griegos, y San Casiano fue acusado de herejía y semipelagianismo.  Enemigo del ruido y la confrontación, el santo asceta aprendió que, en la interioridad de la contemplación divina, el secreto de la paz suave e ininterrumpida, la tranquilidad y la alegría se mantienen en silencio sin tratar de justificarse a sí misma. Devolvió su alma a Dios en paz alrededor del año 435. Considerado como un santo por sus contemporáneos, y ha sido venerado desde entonces por todos los monjes de Occidente como su padre y uno de sus más grandes maestros. Sus preciosas reliquias permanecen hasta hoy en la Abadía de San Víctor en Marsella.
Por las oraciones del Venerable San Casiano, Señor Jesucristo Dios nuestro, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén.

Apolitíkion – Modo Plagal del 4
En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh Padre Casiano, pues tomando la cruz seguiste a Cristo y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, que es efímera y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

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