Casi no hay nadie en el mundo civilizado que no conozca la «Hagia Sofía» (o Santa Sofía), un templo magnífico y único, una vez el templo más importante de todo el mundo cristiano, tanto en Oriente como en Occidente. También es de conocimiento común que Santa Sofía fue un templo cristiano durante más de nueve siglos, y una mezquita durante un poco más de cinco siglos. Debido a su arquitectura y frescos, es uno de los monumentos más importantes de la cultura y patrimonio espiritual de la humanidad bajo la protección de la UNESCO. Si un poeta musulmán desconocido pudo escribir en el templo de la Madre de Dios Ljeviska en Prizren (Serbia) que la pupila de su ojo es el nido para su belleza, ¿qué ojo y qué refinado sentimiento artístico podrían expresar la belleza sin igual de Santa Sofía?
Sin embargo, su importancia no está solo en su valor artístico y cultural. Es, en primer lugar, para todos los cristianos, ortodoxos y otros, un santuario grande, testigo y fuente de espiritualidad auténtica. Seguramente, fue y ha sido el lugar de siglos de vida de oración e inspiración para los fieles musulmanes también. Por lo tanto, no es de extrañar que Kemal Pasha Ataturk, el fundador de la Turquía moderna y testigo de la larga convivencia histórica de musulmanes y cristianos, haya encontrado una solución sensata y comprometida, sin duda teniendo en cuenta los hechos declarados, para convertir esta iglesia en museo para todos y cada uno, por el cual ninguno de los fieles, cristianos o musulmanes, fue privado de la posibilidad de rezar en silencio a Dios, en el espíritu de su fe y tradición personal.
En consecuencia, consideramos que la cancelación de la decisión de Ataturk y la reconversión unilateral de Hagia Sofía en una mezquita no sólo es una injusticia histórica, sino también un movimiento político apresurado e innecesario, perjudicial tanto para la imagen internacional de Turquía en el mundo como para las relaciones y confianza entre cristianos y musulmanes en el mundo. Esperamos que sea claro para todos, que la alternativa para el futuro no es una confrontación inducida artificialmente de las dos religiones más grandes del mundo – el cristianismo y el Islam – sino la paz entre sus creyentes. O mejor dicho: no sólo paz o simplemente tolerancia sino también respeto mutuo, así como el diálogo y la cooperación en todo lo que sirve al beneficio general de las personas y los pueblos, sin poner en peligro la identidad religiosa y cultural de nadie.
En nuestra opinión, la única solución justa, si se modifica la decisión de Kemal Pasha, es mantener el estado de un museo y dar permiso para adorar no sólo a los musulmanes sino también a los cristianos. La iglesia es lo suficientemente espaciosa como para proporcionar espacio para que todos adoren sin obstáculos. Tal solución no sería un precedente en el mundo moderno. Ya que no sólo en Jerusalén o en el Sinaí, lugares sagrados para los creyentes de ambas religiones, sino también en otros lugares, incluso en Serbia y en algunas otras regiones en las que vive el pueblo serbio, una iglesia y una mezquita a menudo están situadas una al lado de la otra, testificando la simbiosis histórica, la tolerancia y confianza entre los vecinos.
Después de los llamamientos de los Primados de las Iglesias cristianas (Patriarca Kirill de Moscú y Toda Rusia, Papa Francisco de la Iglesia Católica Romana y otros), funcionarios estatales de Rusia, Estados Unidos y otros estados, y de la UNESCO, también dirigimos en nombre de la Iglesia Ortodoxa Serbia el llamamiento al Presidente de la República de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, para que se abstenga de su intención y conserve el status quo con respecto al estatus de Hagia Sofía. Todavía no es tarde para eso. Semejante accionar sería un acto honorable en su nombre, y sería de gran consuelo y satisfacción para el Patriarca Ecuménico Bartolomé, su Iglesia y la comunidad Romana en Turquía, quienes están sufriendo y afligidos por la decisión. Y finalmente, traería aprobación, confianza y felicitaciones a la Turquía moderna de parte de todo el público cultural de todo el mundo.
Patriarca Serbio Irinej
Presidente del Santo Sínodo de los Obispos